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11 julio 2025

No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre

Mateo 10, 16-23

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«Mirad que yo os envío como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas.
Pero ¡cuidado con la gente!, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles.
Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.
El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán.
Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará. Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra.
En verdad os digo que no terminaréis con las ciudades de Israel antes de que vuelva el Hijo del hombre».

***

Porque no les da la gana
¡Cómo te gustaría hablar de Dios, y que las almas se rindieran al escuchar tus palabras! ¡Cómo te gustaría señalar el camino hacia el Cielo, y que los hombres se pusieran en marcha, como una procesión al Paraíso! Lo ves todo tan claro, que no te explicas por qué el apostolado no es tan sencillo como explicar un manual de instrucciones: la gente lo lee, lo entiende, y lo pone en práctica.
Despierta. Si todo fuera tan fácil, Jesús no habría muerto en una cruz.
Os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa… Seréis odiados por todos a causa de mi nombre.
En cierta ocasión, le expliqué a un amigo el camino del Cielo con tal claridad, que mis palabras me parecieron tan imbatibles como una fórmula matemática resuelta en una pizarra. No cabía –pensaba yo– apelación alguna; mi amigo, necesariamente, tendría que rendirse ante semejante evidencia. Pero mi amigo me miró con aire de condescendencia, y me dijo: «Fernando, tienes toda la razón. Pero no me da la gana». Punto.
Las palabras dan luz a quien busca a Dios. A quienes huyen de Él sólo se los redime con la Cruz.