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Juan 14, 23-29
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.
El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado.” Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis».
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Palabras que el Viento trae
Recordar las palabras de un ser querido es un ejercicio, a veces dulce, a veces amargo, de melancolía. Porque las palabras se las llevó el viento, y sólo queda una huella imperfecta en la memoria que tratas de completar con sentimiento e imaginación. Mientras recuerdas esa voz, otra voz silenciosa te recuerda que aquello pasó. El viento se lo llevó.
¡Bendito Espíritu, viento de Dios que no se lleva sus palabras, sino que las trae al alma en toda su frescura!
El Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará en mi nombre el Padre, será quien os recuerde todo lo que os he dicho.
Sólo Él, ese Viento divino que es aliento de Dios, trae al alma, y al altar, un recuerdo vivo que da vida a quien recuerda. Haced esto en recuerdo mío (Lc 22, 19). Y, cada vez que, en la consagración de la Misa, extiende sus manos sobre las ofrendas el sacerdote, trae el Espíritu el recuerdo que es el propio Jesús sobre el altar.
Haz silencio en tu alma; acalla todo ruido, hasta que escuches al Viento. Él te recordará las palabras de Cristo. Y no serán las que Cristo dijo, sino las que te está diciendo.