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17 mayo 2025

Quien me ha visto a mí ha visto al Padre

Juan 14, 7-14

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto». Felipe le dice:
«Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Jesús le replica:
«Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, hace las obras. Creedme: yo estoy en el Padre, y el Padre en mi. Si no, creed a las obras.
En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre. Y lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré».

***

Duelen los ojos
Estaba escrito que nadie puede ver a Dios sin morir:
Mi rostro no lo puedes ver, porque no puede verlo nadie y quedar con vida (Éx 33, 20).
Pero, en la plenitud del tiempo, el Verbo se hizo carne. Y el resplandor de la gloria divina se apaciguó en el aspecto del más hermoso de los hijos de Adán. Quienes vieron, con sus ojos, al Señor, vieron a Dios.
Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.
Aquellos hombres privilegiados contemplaron realmente a Dios, y muchos no lo supieron. Otros lo rechazaron. Y otros, como Tomás, se postraron ante Él cuando fueron conscientes de la gloria que manaba de sus llagas:
¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto (Jn 20, 29).
Esas palabras son para nosotros. Y también las de san Pedro:
No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis. No lo veis, y creéis en él (1Pe 1, 8).
Un día, cuando nuestra pobre carne resucite, la contemplación del rostro de Jesús llenará de gozo nuestra eternidad. Pero, hasta entonces, sólo la fe nos ilumina. Alegra el alma, sí… pero duelen los ojos.