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13 mayo 2025

Yo y el Padre somos uno

Juan 10, 22-30

Se celebraba en Jerusalén la fiesta de la Dedicación del templo. Era invierno, y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón.
Los judíos, rodeándolo, le preguntaban:
«¿Hasta cuando nos vas a tener en suspenso? Si tú eres el Mesías, dínoslo francamente». Jesús les respondió:
«Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de mi. Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Lo que mi Padre me ha dado, es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno».

***

El sello de las ovejas de Cristo
Vino el Pastor a reunir su rebaño, y encontró, dispersas por los prados, a multitud de ovejas, pero no todas eran suyas. ¿Cómo separarlas, cómo encontrar el sello que distinguía a las que pertenecían a la grey de su Padre, para congregarlas y llevarlas al aprisco?
No sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz. El sello estaba escondido en lo profundo del corazón de las ovejas. Y no era el sello de las que rezan, sino de las que escuchan. Muchos, que rezaban, no escucharon. Otros, que rezaban menos, escucharon, y guardaron en el corazón la voz del Pastor. Ésos eran los suyos.
Tú rezas. Si no rezaras, probablemente no estarías leyendo estas líneas. Pero ¿escuchas? ¿Cuánto tiempo de tu oración se te va en escuchar la voz del Pastor?
Me preguntas: «¿Cómo escucharla?». Si esperas oír una voz interior que, formando palabras humanas, te señale el camino, fácilmente podrías acabar en manos de tu imaginación, o algo peor. No busques «cosas raras». Simplemente, escucha con los ojos: lee la Palabra de Dios, deja que su eco resuene en tu alma, y escucha ese eco con el corazón abierto. ¿No es dulce? Guárdalo, y serás oveja de Cristo.