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Lucas 6, 17. 20-26
En aquel tiempo, Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya habéis recibido vuestro consuelo.
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados!, porque tendréis hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas».
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Ay, ay, ay, ay…
La versión que san Lucas nos ofrece de las Bienaventuranzas añade cuatro lamentos:
Ay de vosotros, los ricos… Ay de vosotros, los que estáis saciados… Ay de los que ahora reís… Ay si todo el mundo habla bien de vosotros…
Ay, ay, ay, ay, como en Cielito Lindo. Pero más llora que canta.
Me quedo con el cuarto. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros!
Facebook nos ha demostrado lo mucho que nos gusta gustar. Y, también, el pánico que nos produce disgustar. Semejante idolatría, desgraciadamente, se filtra también en la Iglesia. Quisiéramos que el mundo nos aprobase. Si nuestro discurso no es alabado, nos acusamos de ser poco dialogantes y no aceptar los signos de los tiempos. Mejor callar «ciertas cosas», que chocan con lo políticamente correcto, que molestar a los hombres y perder más «likes» de los que ya hemos perdido.
Y, sin embargo, no deberíamos buscar más que un «like»: el de Dios. El que dio a su Hijo, mientras su Hijo colgaba de una Cruz, cubierto de infamias.
Si, al final, logramos que todo el mundo hable bien de nosotros, quizá debamos temblar. Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas.