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Lucas 10, 21-24
En aquella hora Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar».
Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte:
«¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».
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Preguntas infantiles
Me sonreí el otro día, mientras disfrutaba de un artículo de Mariona Gumpert en ABC (ABC del 11/11/2022). Allí contaba las preguntas con que la acosaban sus hijos pequeños. Uno de ellos quería saber por qué Dios tiene que existir. Y al otro le costaba entender que Jesús hubiera subido voluntariamente a la Cruz.
Es propio de los niños preguntar, pero los de Mariona apuntan vocación de teólogos. En todo caso, el niño interroga a sus padres en busca de una explicación para el mundo. Yo, de niño, preguntaba a mis padres «qué es ser». Menudo aprieto. Eso sólo se lo pudo responder Yahweh a Moisés.
Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Si Dios sólo revela los misterios del reino a los pequeños es porque sólo a los pequeños les interesan. Los adultos, como ya lo saben todo, se dirigen a Dios para que haga cosas. Los niños, en cambio, son curiosos, quieren conocer, ya sea tocando, mirando o preguntando.
Son dos formas distintas de acercarse a Jesús. Unos dicen «haz esto» y otros piden «muéstrame tu rostro».