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26 diciembre 2024

No seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre

Mateo 10, 17-22

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«¡Cuidado con la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles.
Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros.
El hermano entregará al hermano a la muerte, el padre al hijo; se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán.
Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará».

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Las sombras de la Navidad
Con la llegada de la luz aparecen también las sombras. Y los árboles más hermosos, los más altos, los que se elevan hacia el cielo invitando a los hombres a levantar la vista, son los que producen sombras más alargadas. Ese pequeño jardín de Belén, donde los hombres, con su gozo, acarician la armonía de los cantos de los ángeles, y donde el sol ha surgido del vientre de una mujer, proyecta también sombras que cruzan la Historia.
Seréis odiados por todos a causa de mi nombre. Mientras Esteban, lleno de gozo, exclamaba: Veo lo cielos abiertos (Hch 7, 56), los hombres se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo (v. 58).
¿Por qué ese odio a la luz? ¿A quién hace daño un niño pobre nacido en un establo? ¿A quién ofende? ¿Por qué en tantos colegios públicos, que celebran por todo lo alto el Carnaval y el Halloween, se niegan a poner un Belén con la excusa de «no ofender»?
Miremos, embelesados, a la luz: Señor Jesús, recibe mi espíritu (v. 59). Hagamos esa ofrenda al Niño Dios, entreguémosle nuestras almas y nuestros corazones. Desagraviemos, con nuestro amor, por tanto odio.