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Lucas 1, 39-45
En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y levantando la voz, exclamo:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
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Pero ¿no te sorprende?
¡Despierta!
¡Sí, despierta! Porque, desde que comenzó el Adviento, buscaste en el ropero, recuperaste tus propósitos de Adviento de todos los años sin apenas quitarles el olor a naftalina, y estás preparando la Navidad de todos los años. ¡Un año más! Eres un autómata del espíritu. Has dado por descontado que habrá Navidad y, mientras pones el belén, ya estás pensando en el día en que lo retires para guardarlo, junto a los propósitos, hasta el año que viene.
¿Es que ya no hay nada de Dios que pueda sorprenderte? ¡Despierta!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? ¿No lo has pensado? ¿Quién eres tú, para ser visitado por el propio Dios? Eres un pobre hombre, no eres nada. Un pecador que ha ofendido a su Señor miles de veces. Una brizna de hierba, verde hoy y seca mañana. Un minúsculo grano de arena en la cordillera de la Creación.
Y ¡a ti!, ¡a ti te va a visitar Dios! Te va a visitar porque te ama, porque quiere purificarte y hacerte hijo suyo. Porque se ha fijado en ti, y quiere vivir en tu alma. ¿No tiemblas de alegría?
¡Despierta! ¡Que está al llegar!