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2 diciembre 2024

Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo

Mateo 8, 5-11

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho». Le contestó: «Voy yo a curarlo».
Pero el centurión le replicó:
«Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: “Ve”, y va; al otro: “Ven”, y viene; a mi criado: “Haz esto”, y lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían:
«En verdad os digo que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos».

***

Las palabras de la Palabra

Me he dado cuenta de que, desde hace tiempo, me repito una y otra vez las palabras que Cristo pronuncia en el Evangelio sin adentrarme demasiado en su significado. Son las propias palabras las que me parecen dulces como miel, y así las saboreo en el paladar del alma. Claro que el significado importa, pero, más allá de su contenido, las palabras de la Palabra saben a vida eterna. Me parece percibir que Cristo entero está en cada una de sus palabras, como lo está en cada partícula de la sagrada Hostia. No me corrijan los teólogos, por favor, que no pretendo dar doctrina, sino compartir un gozo.
Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Como esperamos nosotros, en Adviento, al Verbo de Dios, así esperaba este centurión al verbo del Verbo. También él, misteriosamente, se dio cuenta de que todo el poder de la Palabra está encerrado en la voz del buen Pastor. Este hombre hizo como la Virgen: creyó a Dios y deseó que se hiciera en su criado según su palabra.
Me parece una buena forma de vivir el Adviento: saborear cada día las palabras, y esperar, así, a recibir a la Palabra.