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Mateo 21, 23-27
En aquel tiempo, Jesús llegó al templo y, mientras enseñaba, se le acercaron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo para preguntarle:
«¿Con qué autoridad haces esto? ¿Quién te ha dado semejante autoridad?».
Jesús les replicó:
«Os voy a hacer yo también una pregunta; si me la contestáis, os diré yo también con qué autoridad hago esto. El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres?».
Ellos se pusieron a deliberar:
«Si decimos “del cielo”, nos dirá: “¿Por qué no le habéis creído?” Si le decimos “de los hombres”, tememos a la gente; porque todos tienen a Juan por profeta».
Y respondieron a Jesús:
«No sabemos»
Él, por su parte, les dijo:
«Pues tampoco yo os digo con qué autoridad hago esto».
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Revisa tu Adviento
Muy probablemente, quienes ahora leéis estas líneas no guardaríais silencio, como los fariseos, ante la pregunta de Jesús: El bautismo de Juan ¿de dónde venía, del cielo o de los hombres? Lo más seguro es que nosotros respondiéramos: «Del cielo».
En ese caso, tendríamos que afrontar la segunda parte del interrogatorio. Si decimos «del cielo», nos dirá: «¿Por qué no le habéis creído?»
¿Por qué no he creído a Juan? ¿Por qué, después de dos semanas, continúo en el mismo lugar en que me encontraba al inicio del Adviento? Ahí te dejo unas posibles respuestas:
Por pereza: Juan me invita a salir de mi casa, de mi «zona de confort», para esperar a Cristo en espíritu de austeridad y conversión. Pero ¡estoy tan calentito en mi sofá!
Por falta de examen: Los propósitos que hice al comenzar el Adviento están nuevecitos. No los he revisado ni una noche.
Por desaliento: Ningún Adviento cambió mi vida. ¿Por qué habría de cambiarla éste?
Por tibieza: Hombre, algo hago… a medias, pero algo hago… o no…
El resto del trabajo te lo dejo a ti. Pon remedio a esas carencias, que aún estás a tiempo. Pero ¡date prisa! El Señor está al llegar.