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Mateo 11, 11-15
En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.
Desde los días de Juan el Bautista, hasta ahora el reino de los cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan. Los profetas y la Ley han profetizado hasta que vino Juan; él es Elías, el que tenía que venir, con tal que queráis admitirlo.
El que tenga oídos que oiga».
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El gigante y el gusano
De los grandes padecimientos nacen pequeños tesoros. Grandes dolores de parto dan a luz a una criatura diminuta, pero la sonrisa de esa criatura deja en nada todos los dolores que costó alumbrarla. Ha merecido la pena.
Juan Bautista representa el dolor de un parto de siglos. Su severidad, su penitencia, sus ayunos y la fuerza tremenda de su discurso lo convierten en «el mayor de los nacidos de mujer». Pero –continúa diciendo el Señor— el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él.
Y, como imagen de lo más pequeño, escucha al profeta: No temas, gusanillo de Jacob, oruga de Israel, yo mismo te auxilio… te convierto en trillo nuevo, aguzado, de doble filo: trillarás los montes hasta molerlos (Is 41, 14-15). Ese insignificante gusano, convertido en trillo de los montes, es la imagen viva del Mesías: un Niño capaz de derrotar a la muerte y al ejército de las tinieblas.
Hoy, Juan; mañana, Jesús. Pero sin dolores de parto no hay nacimiento. La austeridad del Adviento alumbrará la poderosa belleza de la Navidad. Sé sobrio hoy. Dentro de poco, cuanto te emociones hasta las lágrimas ante el Niño Dios, habrá merecido la pena.