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5 enero 2024

Tú eres el Hijo de Dios, el Rey de Israel

Juan 1,43-51

En aquel tiempo, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: "Sígueme." Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: "Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret." Natanael le replicó: "¿De Nazaret puede salir algo bueno?" Felipe le contestó: "Ven y verás."

Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: "Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño." Natanael le contesta: "¿De qué me conoces?" Jesús le responde: "Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi." Natanael respondió: "Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel." Jesús le contestó: "¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores." Y le añadió: "Yo os aseguro: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre."

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El evangelio que la Iglesia nos propone considerar hoy narra la vocación de los primeros discípulos, entre ellos, la del propio Juan. La llamada de Dios para seguirle es un momento de especial gracia, que inunda de lleno el corazón del apóstol. De hecho, aunque el texto fuese escrito a final de su vida, san Juan deja constancia de la hora exacta en la que se produjo ese encuentro con Jesús.

Comentando esta escena, san Josemaría resalta que Juan “narra aquella primera conversación con el encanto de lo que nunca se olvida. Maestro, ¿dónde habitas? Díceles Jesús: Venid y lo veréis. Fueron, pues, y vieron donde habitaba, y se quedaron con Él aquel día. Diálogo divino y humano que transformó las vidas de Juan y de Andrés, de Pedro, de Santiago y de tantos otros, que preparó sus corazones para escuchar la palabra imperiosa que Jesús les dirigió junto al mar de Galilea”[1].

Este episodio nos muestra una vez más cómo la llamada a seguir al Señor va unida a la misión de dar a conocer al que ellos han visto y conocido. No se trata de un deber o de una imposición, es la lógica consecuencia de un corazón que se siente amado y que necesita compartirlo y contagiarlo a los demás.